Hoy en día, tendemos a presentar la información de forma lineal. Imagina que tuvieras que contar a un amigo el argumento de una novela. Probablemente te limitarías a narrar una sucesión de hechos, uno tras otro, de forma consecutiva utilizando únicamente palabras.
No estamos acostumbrados a desarrollar nuestras ideas usando colores o dibujos. Las
imágenes se ven relegadas a un segundo plano, utilizándose únicamente para ilustrar
un libro o para complementar un texto.
Sin embargo, el uso de las técnicas en que se basan los mapas mentales no es algo
nuevo. Este tipo de representación gráfica ya se utilizaba mucho antes de que
apareciera nuestro sistema de escritura.
La escritura jeroglífica recurría a dibujos para representar palabras, y el sistema nemotécnico griego establecía clasificaciones y presentaba la
información en apartados ordenados
También grandes pensadores y creadores como Albert Einstein, Picasso o Leonardo da
Vinci, en cuyos manuscritos pueden verse páginas llenas de dibujos, líneas y códigos; se servían de este sistema para organizar y asimilar conocimientos.
En la década de los 70, un estudiante llamado Tony Buzan se dio cuenta de que el
sistema tradicional de estudio limitaba su aprendizaje. Probó a subrayar las ideas
principales de los textos y comprobó que sacaba mayor provecho a sus estudios.
Entusiasmado con las técnicas nemotécnicas de los griegos que se centraban en la
imaginación y la asociación, comenzó a aplicarlas para tomar apuntes. Y notó que
funcionaban. Se dio cuenta entonces de que su mente era como una inmensa biblioteca que añadía nuevos tomos constantemente y que necesitaba una nueva herramienta para organizar toda esa información y poder acceder a ella más fácilmente.
Tony Buzan definió y popularizó los mapas mentales, pero actualmente siguen evolucionando, incluyéndose en ellos aportaciones derivadas de la cartografía, las
ciencias cognitivas o la antropología.